jueves, 21 de octubre de 2010

Estupidez humana

Mi carrera nunca me resultó entretenida. Las teorías económicas, la contabilidad o las relaciones empresariales pueden tener su punto, como todo, pero por lo general no son muy amenas. Excepciones las hay, y una de ellas es la teoría de juegos. Mediante una serie de incentivos y procesos deductivos o inductivos, se estudian las decisiones que tomarían, por lógica, uno o varios individuos. Sirven tanto para situaciones empresariales en las que has de decidir si te conviene cooperar o no con otra compañía, como para crear la Deep Blue, máquina que logró poner nervioso a Kasparov tras el tablero. El juego más famoso es el dilema del prisionero, que demuestra como, sin información total por las dos partes, la lógica no lleva a la mejor solución.

A lo que voy. En una de las decenas de clases, de las distintas asignaturas donde veíamos estas teorías, optativa esta vez, el profesor sugirió uno de estos juegos. De los más sencillos. El supuesto de este juego presenta a dos individuos, desconocidos entre sí hasta ese momento y que nunca más van a tener relación una vez finalizado el juego. Uno de ellos tiene 100€ para repartir entre los dos de la manera que a él se le antoje. Si el otro acepta el reparto, cada uno se lleva su parte, pero si rechaza dicho reparto, ninguno se lleva nada: no hay posibilidad de negociación.

El profesor, una vez explicado el funcionamiento del juego, preguntó que reparto ofreceríamos nosotros. Me miró, movió las cejas, y no dudé: "99-1". Después de advertir que ninguna respuesta es científicamente mejor que otra, sino que depende del rollo de cada uno, me contestó que "casi". Varias filas más adelante, animada por el error, se giró una cabeza. La cabeza era de un chaval supuestamente modélico. Pelo de señor, ropa de señor, estudiante perseverante y probablemente dueño de un expediente que se rié del mío por delante y por detrás. Confiado, levantó la mano al mismo tiempo que dijo: "Pues a mí me dan por lo menos 40 o lo rechazo". Leído con voz de gitana adulta gana en espectacularidad. Soy nervioso de por si y el tío me ofendía: me saltó el automático. Dudaba que si fuesen millones de euros hiciese lo mismo y, sobre todo, la posibilidad de que el chaval tuviese en cuenta para tomar la decisión un supuesto "orgullo" ante un individuo que, según la hipótesis, nunca volvería a ver, me daba escalofríos.

Una vez terminada la discusión, el profesor comentó dos cosas. La primera, que él, racionalmente, hubiese propuesto de reparto 100-0, sin dolor; la segunda, que un tal Carlo M. Cipolla demostró, con un estudio, que la mayoría de la gente no aceptaría un reparto en el que no se le ofreciese al menos un 30% del dinero total. Dicho estudio fue parte de la investigación en la que se basó para crear
Las leyes fundamentales de la estupidez humana. Según Cipolla, el que rechazase cualquier tipo de reparto, incluso en el que no se le ofreciese nada, es un estúpido, según enuncia en su Tercera Ley Fundamental (o de Oro), al igual que el que crea cualquier daño a otro sin ganar nada a cambio e incluso incurriendo en pérdidas.

La clase siguió, el chaval miró para el suelo hasta el final y yo me sentí campeón. Ahora, el imbécil, con su expediente, se estará hinchando. Quizás nada más acabar la carrera varias empresas lo llamaron sorprendidas por su ficha. Igual llega lejos con sus náuticos y con su orgullo. Que le vaya bien, no lo quiero cerca.