Soy muy de la teoría del absurdo. Es fácil. Llevar una situación habitual a términos exagerados conlleva partir de la falta de rigor absoluta, sí, pero si algo falla en el extremo, suele chirriar también en lo común. ¿Pulsarías un botón rojo por 100€ sabiendo que morirá una persona al azar en el mundo? ¿Y cien muertos por 10.000€? ¿Lo equivalente al holocuasto y forrarte en euros? Stop.
Algo parecido pasa con las loterías. Excepciones al margen, el dinero que ganarías al haber adquirido todos los boletos o combinaciones posibles, asegurándote todos los premios, sería claramente inferior al que te habrías gastado cubriendo todos los posibles resultados. ¿Merece la pena?
En términos numéricos la teoría del absurdo se entiende a la primera, pero suele ser aún más aterradora sin cifras de por medio. Demostración. Todos presumimos y no me parece mal, es casi inevitable -aún creo en Darwin-, la cuestión es sobre qué. El repertorio es infinito: he visto a gente jactarse de calzar un 47, allá cada cuál, cada uno es libre de saber qué y cómo lo busca, pero a veces se da con el efecto contrario al deseado.
Tiempo atrás, no hace ni un siglo, las diferencias entre nosotros eran mucho mayores, presumir y dar a conocer tu buena posición era común y, con valores cuestionables, aconsejable. Las cosas han cambiado, existen las mismas diferencias, pero lo importante lo tenemos casi todos asegurado. En juego sólo queda el lujo. Aún así, sigue siendo más o menos habitual ver a gente presumiendo de estos lujos. Y digo presumir, no utilizar. Me cansa la falsa modestia y creo que hay que gastar y aprovechar lo que se tiene. No voy por ahí.
Voy al absurdo. A si merece la pena. ¿Es interesante dar a conocer de primeras a la gente de la que te rodeas tu currículum de posesiones o facilidades? Cada vez se ve menos y lo entiendo, estoy convencido de que, desgraciadamente, los braguetazos seguirán uniendo y que Andrés no dejará de ser popular por el interés, pero no es rentable. El absurdo es genial.
Imaginad a Manolo, modesto coruñés; ganador de un safari por Kenia en un sorteo de Carrefour, saliendo del jeep, metiéndose entre la gente. La situación es totalmente nueva para él y Manolo, agradecido por el recibimiento que le han ofrecido, cree que es el momento de agradarles. No sabe cómo pero Manolo quiere parecer un tío amable, ganárselos para siempre. Convencido, Manolo empieza a explicarles a los indígenas que, con lo que él se gasta en la tragaperras a la hora del café, podrían comer todos los pueblos en 50 km a la redonda durante un par de años. Es más, insiste, si él y sus amigos dejasen de fumar y donasen los ahorros a la causa, quizás en unos años en Kenia la esperanza de vida alcanzase los 45.
No sé nada de sociología. Menos aún de sociología keniata: la reacción de dicho pueblo me parece totalmente imprevisible. Eso sí, si tuviese que apostar, creo que antes de ver a un grupo de indígenas contentos y con ganas de juntarse y seguir escuchando a Manolo, estaríamos más cercanos de un nuevo 11-S, esta vez contra la torre de Hércules. Y yo lo aplaudiría.
Algo parecido pasa con las loterías. Excepciones al margen, el dinero que ganarías al haber adquirido todos los boletos o combinaciones posibles, asegurándote todos los premios, sería claramente inferior al que te habrías gastado cubriendo todos los posibles resultados. ¿Merece la pena?
En términos numéricos la teoría del absurdo se entiende a la primera, pero suele ser aún más aterradora sin cifras de por medio. Demostración. Todos presumimos y no me parece mal, es casi inevitable -aún creo en Darwin-, la cuestión es sobre qué. El repertorio es infinito: he visto a gente jactarse de calzar un 47, allá cada cuál, cada uno es libre de saber qué y cómo lo busca, pero a veces se da con el efecto contrario al deseado.
Tiempo atrás, no hace ni un siglo, las diferencias entre nosotros eran mucho mayores, presumir y dar a conocer tu buena posición era común y, con valores cuestionables, aconsejable. Las cosas han cambiado, existen las mismas diferencias, pero lo importante lo tenemos casi todos asegurado. En juego sólo queda el lujo. Aún así, sigue siendo más o menos habitual ver a gente presumiendo de estos lujos. Y digo presumir, no utilizar. Me cansa la falsa modestia y creo que hay que gastar y aprovechar lo que se tiene. No voy por ahí.
Voy al absurdo. A si merece la pena. ¿Es interesante dar a conocer de primeras a la gente de la que te rodeas tu currículum de posesiones o facilidades? Cada vez se ve menos y lo entiendo, estoy convencido de que, desgraciadamente, los braguetazos seguirán uniendo y que Andrés no dejará de ser popular por el interés, pero no es rentable. El absurdo es genial.
Imaginad a Manolo, modesto coruñés; ganador de un safari por Kenia en un sorteo de Carrefour, saliendo del jeep, metiéndose entre la gente. La situación es totalmente nueva para él y Manolo, agradecido por el recibimiento que le han ofrecido, cree que es el momento de agradarles. No sabe cómo pero Manolo quiere parecer un tío amable, ganárselos para siempre. Convencido, Manolo empieza a explicarles a los indígenas que, con lo que él se gasta en la tragaperras a la hora del café, podrían comer todos los pueblos en 50 km a la redonda durante un par de años. Es más, insiste, si él y sus amigos dejasen de fumar y donasen los ahorros a la causa, quizás en unos años en Kenia la esperanza de vida alcanzase los 45.
No sé nada de sociología. Menos aún de sociología keniata: la reacción de dicho pueblo me parece totalmente imprevisible. Eso sí, si tuviese que apostar, creo que antes de ver a un grupo de indígenas contentos y con ganas de juntarse y seguir escuchando a Manolo, estaríamos más cercanos de un nuevo 11-S, esta vez contra la torre de Hércules. Y yo lo aplaudiría.
sin sentido.....
ResponderEliminarSigue intentándolo.
ResponderEliminarme gustan tus relatos!
ResponderEliminarYa te queda menos
ResponderEliminarTú vida no vale nada
ResponderEliminarTu nivel ha bajado
ResponderEliminar¡Fenómeno fan!
ResponderEliminar¿Y de equipo es Manolo? ¿ Del Depor o del Compos?
ResponderEliminarCeltarra.
ResponderEliminarLo dudo mucho, porque en Vigo no hay Carrefour, el más cercano está en Lalín....
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